martes, 11 de enero de 2011

Una mañana cualquiera...


Asomose a la calle, envuelta en la neblina gris del invierno.

Desierta y silenciosa, la contempló.

Las casas, vacías, habitadas por fantasmas del pasado,

se dibujaron en su retina y el frío y el silencio,

calaron sus huesos cansados.

Soñó con moradas que esperan, cual castillos de naipes,

al viento redentor que las derribe.

Las imaginó cual viejos decrépitos

que aguardan su turno para morar el camposanto.

Mañana cualquiera de enero,

de cualquier invierno,

de cualquiera de sus vidas…

Sintió el soplo del aire clamando en el desierto,

cantando melodías que nadie podía oir.

La vida, rauda, veloz, caminaba a ninguna parte,

buscando donde anidar, donde asentarse.

Solo viejos que como espectros sueñan

y arrastran sus cadenas de años,

de eslabones rotos de cansancio.

Y vio, vio un pueblo muerto, inane, vacío, exangüe…

Asomose a la calle una mañana cualquiera,

de cualquier mes,

de cualquiera de sus vidas…

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