jueves, 24 de octubre de 2013



Hay días en que uno no está para nada:
Viene una mariposa y se exhibe ufana ante mi,
se posa en mi mesa y muestra 
sus alas quebradas y gráciles;
pero plenas de belleza y desazón.
Baila y se recrea entre mis gafas de sol y mi cruzcampo
 y después de beber del sudor de la cerveza,
vuela valiente hacia un naranjo,
mecida por la brisa suave.
Yo, iluso y soñador,
preveo buenos augurios...
Al rato suena el teléfono
y duele mi sangre caliente y derramada.
Es una lanza que apuñala el alma
y desgarra, infame, lo que es mío.
Y aun así no hay motivo ni razón;
solo la vida, tal cual, maravillosa y cruel.
En otra estancia un amigo sufre
y se acerca irremediable a la otra orilla.
 También tengo mesa reservada allí;
solo espero que el maître venga y me acomode.
Pero duele ese amanecer temprano,
duele, duele, duele…
Y mientras, esa sensación de espera, 
de tiempo prestado a regañadientes,
de agua que fluye y que no atrapas.
¡Qué largas son hoy las veinticuatro horas!                    
¡Qué difícil despertar!
Y no hay sueño,
hoy no,
hoy la noche huele a misterio y pesadilla.
Y es que hay días, amigo,
que uno no está para nada...

martes, 8 de octubre de 2013


LA VEJEZ

En este ajado secarral al que he llegado, 
donde no hay puertas, ni ventanas adornadas,
ni cortinas, ni visillos transparentes,
ni luz que ilumine mi paisaje a través de su cendal.
Las ruinas que transitan estas tierras
ponen plomo en las alas de los hombres
y los subyugan con sus cantos de sirena;
pero son sirenas tristes,
olvidadas y ausentes de un Homero que aún recuerdan.
Planean su venganza de los hombres
y los cubren de sonidos de pasado y esplendor
que ya no existe;
quedan sólo cascotes arrumbados con forma de alma,
porque las almas de los hombres se han convertido en ruina.
Como Ulises, yo también he vuelto
a ese mástil que me ata, me acoge y me redime, 
que me salva del sonido halagador.
Ese mismo tótem que me atenaza y me aprisiona
 con la fuerza de los años.
Oigo a lo lejos los cantos que me llaman,
que me hablan de pieles tersas y suaves,
de juventud forjada en la memoria,
de deseos y caricias que ya nunca volverán.
Los eslabones, tensos y apretados,
de un acero templado en la paciencia del tiempo,
velan en este corazón que me acompaña,
como la sombra fiel de lo que un día fui. 
 Mi verde esperanza, amarillea,
sin pasar siquiera por el oscuro verdor de tus ojos
y ahora añoro esa savia que corría por mis venas
en forma de sangre y los años cumplidos,
aplazando sueños y deseos,
en este ajado secarral al que he llegado…