Colores imposibles se derraman en el cielo y el alma del ocaso se muestra tal como es, bella, infinita en sus matices. Atardece. Se pelean las nubes por acompañar al sol hasta su lecho, espuma esparcida por el cenit, tálamo nupcial de cada noche, jirones desprendidos de tan ardoroso encuentro. ¡Cuanta belleza! ¡Cuanto derroche! Una sola visión celestial bastaría para colmar toda una vida. Luego, recuerdos, solo el recuerdo...
En este divino atardecer de ensueño, tan breve, suspendido en brazos de un instante, símil de la felicidad de nuestras vidas, sueño contigo mi Dios y me pregunto: ¿Que habrá tras ese sol inmenso? ¿Que nos espera tras el ocaso?...
Este atardecer, metáfora de nuestras vidas, no es mas que un suspiro, como ellas, que, cuando el sol se oculta, nos devuelve a la materia de los sueños, a la divinidad que nos encarnó.
¡Que felicidad si tras la belleza de esta puesta de sol, nos esperara esa eterna felicidad que el alma anhela....!
Un atardecer que preceda a un amanecer sin noche en el camino. Amén, Luis, amén.
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