lunes, 28 de marzo de 2011

Lo que me acompaña...

Me acompañan las sombras de la noche,
cuando la tenue luz del alba
despunta el horizonte imposible del alma.
Allí, sumergido entre penumbras,
solo puedo vislumbrar la agonía
errante de la luz cautiva.
Me acompañan los sueños imposibles
que, como fantasmas trémulos,
se forjaron un día en el corazón.
Ellos, saben del terror
que atenaza al hombre
al verse defraudados.
Me acompañan las imágenes yertas del pasado,
que se asoman furtivas
a las cerradas ventanas del pensamiento.
Quiero apartarlas de mi esencia,
alejarlas de mi mente,
pero no puedo.
Me acompañan ilusiones de felicidad
que, cual embaucadoras musas,
engañan al azar nuestros sentidos.
Cuando quiero atraparlas
en mis cansadas manos,
ya se han ido.
Me acompañan al fin, los fantasmas mudos
de los hombres que un día fui.
Uno por cada jornada de vida,
por cada sueño derramado en el camino.
Cada atardecer somos más
las sombras que miramos un horizonte
que se nos pierde en la noche de los tiempos.
Me acompañan las sombras,
los sueños, las imágenes,
las ilusiones, los fantasmas,
los hombres…
todos los hombres que un día fui,
todos los hombres que no seré...


domingo, 20 de marzo de 2011

"Una Guerra con Papeles"



Lleva el ser humano en guerra desde que un hermano mató a otro con la quijada de una bestia. Y aunque no fuera más que un crimen simbólico, refleja con
exactitud el carácter de una especie depredadora y carroñera como es la nuestra. Lo siento, no es que me guste, pero es evidente que somos lo que somos. Las ha habido y las habrá de todos los tipos, tamaños, formas y colores. Locales, regionales, continentales, mundiales, raciales, segregacionistas, de conquista, de reconquista, de secesión, de tintes religiosos, de carácter económico; y así podríamos seguir ad infinitum. Es decir, en la historia de la humanidad, la guerra es algo consustancial al hombre y no recuerdo en mis más de 50 años de vida ningún periodo de tiempo en que el mundo estuviera libre de alguna de ellas. Y además, como tengo especial predilección por la historia, no creo que halla ninguna época libre de conflictos entre los seres humanos. Dicho lo cual, nada más lejano a mi ánimo que defender semejante aberración de nuestro instinto y nuestro carácter. Es más, no creo que el hombre halla evolucionado lo más mínimo en los últimos 2000 años de su historia, que es más o menos el periodo que mejor conocemos. Seguimos comportándonos como lo que somos, depredadores y carroñeros y matándonos unos a otros a la primera ocasión que se nos presenta. Por eso, me sorprende todavía la poca vergüenza de algunos de nuestros conciudadanos, bien sean políticos, periodistas y opinadores diversos, algunos tildados a si mismos como "intelectuales" ( ¡Ay si Unamuno levantara la cabeza!), cuando comentan y catalogan los últimos conflictos bélicos que sufrimos en los últimos años. ¿Cómo puede ser una guerra legal o ilegal?. ¿Cómo podemos catalogar una guerra de justa o injusta? Todas la guerras sin distinción son por definición injustas. Injustas para las madres que pierden a sus hijos. Para los inocentes que caen en las batallas. Para los que sufren desolación y miseria a cuento de las mismas. Y así podría seguir dando calificativos y adjetivos toda la noche. Pero no, tampoco es esa mi intención. Lo único que me gustaría reivindicar con estas escuetas letras es lo siguiente:
"Por favor, señores progres de salón; intelectuales de nuevo cuño; gentuza de mal vivir y peor pensar; formadores de opinión que hablan de algo como si supieran de verdad de lo que hablan, demagogos, vividores del cuento, estafadores morales, carroñeros supremos de nuestra sociedad; hipócritas deslenguados; politicuchos y lameculos; no me digan que esta guerra es justa, solo porque en esta ocasión cuenta con todos los papeles en regla. No me digan que esta guerra es justa porque cuenta con la aprobación de esa cueva de Ali Baba que es la ONU. No me digan que en esta guerra hay que estar y que en otras no. No intenten justificar sus conciencias con argumentos peregrinos y de pies de barro porque ya no cuelan más. Van a la guerra porque allí hay petróleo e intereses creados por unos y otros. Van a la guerra porque allí hay algo que ganar. En resumen, van a la guerra para repartirse el botín de los ganadores y la miseria de los vencidos. Os recuerdo a los que argumentáis que Gadafi masacra a su pueblo, que Hutus y Tutsis se masacraban a cientos de miles armados con machetes. Claro que allí no había nada para repartir, tan solo miseria. Esa miseria física de la que la civilización occidental huye como la peste; pero también esa miseria moral que cae sobre las conciencias de todos nosotros cuando permitimos justificar semejantes actos a nuestros representantes." Espero que al dormir, no se os presenten los fantasmas de vuestra conciencia, si es que aun os queda algo de ella. Espero que los muertos “legales” que se van a producir os dejen descansar en paz cuando todo esto haya terminado. Y espero por último que no tengan más la caradura de decirme que ahora podemos ir a la guerra porque los papeles están en regla. Habéis descubierto una nueva modalidad, "la guerra con papeles".

domingo, 13 de marzo de 2011

El hacedor de pájaros...

Desde su casa, cerca del acantilado, oía el rumor de las olas. En las noches de bonanza, arrullado en sus murmullos, dejaba volar su imaginación hasta quedar profundamente dormido. Mas en los días de tormenta, cuando el mar desataba su furia, en el fragor de intensas batallas, sentía como se estrellaban contra las rocas e imaginaba gigantes milenarios que bramaban aterradores gritos de guerra y esparcían espuma por sus bocas. Viejo lobo de mar de rostro enjuto, arrugado por el sol y surcado por el arado del tiempo. Ese, que había pasado navegando en cien mares o reparando redes de pesca y que marcó para siempre su vida y retorció su mente de sueños imposibles. Allí, junto a su vieja barca, varada e inservible, soñaba las historias del pasado y las de un futuro incierto que nunca llegaría. Juan, el loco del acantilado, decían en el pueblo. Y decían bien porque él, sin darse cuenta, se había convertido en una sombra de un tiempo mejor.
Cada mañana, subía por el sendero hasta la punta del faro. Caminaba despacio, renqueante, soportando en sus hombros el peso de la vida. Bajo el brazo una cajita de madera y al hombro, un viejo cestillo de mimbre. Suspiraba en cada recodo del camino y conocía cada piedra, cada brizna de hierba que crecía a sus pies. Inspiraba ansioso el aire fresco y parecía saborear el aroma de la sal que le traía. Cuando el sol despuntaba por la linea del horizonte, allá en su lejano círculo del cielo, ya estaba Juan en lo más alto, cara al mar, mirando fijamente el acantilado rocoso que se extendía frente a él. Así, una y otra mañana, en cada amanecer, rutinario, preciso, imperturbable. Contemplaba la inmensidad del océano y se entregaba gustoso al ritual que le impulsaba a vivir. Desde su otero, bañado el rostro por el tibio sol y sintiendo en él la caricia de la brisa marina, abría su cajita de madera. A pocos metros, el vacío, y al fondo, el mar, siempre el mar. Saboreaba cada respiración como si fuera la última, cada suspiro como si fuera el primero. De su caja, extraía un pedazo de arcilla rojiza y una pequeña botella de agua y con hábiles manos de artesano, amasaba y modelaba. Trabajaba despacio, con suavidad, con sumo mimo y esmero. Los ojos fijos en el mar y los pensamientos lejos, muy lejos. Entre sus dedos chorreaba el barro primigenio y poco a poco éste tomaba forma y surgían preciosos pájaros que, como si se desperezaran, extendían sus alas al frescor del viento. Aquellas manos arrugadas, callosas y viejas acariciaban las formas que creaban y parecían jugar con ellas sin atreverse a apretarlas por miedo a hacerles daño. Aquellos dedos nervudos trabajaban con vida propia interpretando la dulce melodía de la creación. Y así, sus pájaros de barro se iban volviendo más y más reales, más y más vivos. Al cabo, cuando parecían terminados, cuando tornaban en perfectas esculturas secándose al sol de mediodía, los asía frente a si, acercándolos a sus cansados ojos y les hablaba despacio, susurrando. Luego, soplaba suavemente sobre ellos y abriendo sus manos, los lanzaba firmemente al aire para que volaran en libertad. El cerraba sus ojos y ellos, caían en picado por el acantilado y se estrellaban contra las rocas. Juan, en esos instantes, solo soñaba. Imaginaba que cobraban vida y que volaban lejos, allende del mar que les contemplaba. Después, recogía sus bártulos y por el camino del faro, regresaba a su desvencijado hogar. Así Juan pasaba su tiempo, esperando ansiosamente su liberación, soñando con vuelos imaginarios en pos de sus criaturas.
Un día, arribados ya los primeros albores de la primavera y tras un duro invierno de galernas y temporales, pleno de días varado en casa junto a su barca, volvió al camino del faro. Aquella mañana se preparó con renovados bríos y disfrutó de cada paso en el sendero como si fuera el último que daba. Inhalaba con ansia la brisa fresca y sus piernas parecían más ágiles que de costumbre. Contempló el sereno paisaje desde cada curva y al llegar arriba, en lo más alto, al borde del acantilado, cerró los ojos y suspiró. Su rostro irradiaba una extraña sensación de felicidad. Parecía estar en paz consigo mismo, como si todo se hubiera cumplido según un arcano designio.
Tomó otra vez barro entre sus manos y dio vida a la más hermosa de las aves que jamás hubiera modelado. Con ella entre sus dedos, notaba el latido de la vida y el ansia que inspira la libertad. Oteó el horizonte y como en un caleidoscopio vio pasar toda su vida. Pensó en ese antes lleno de olas y esperanzas y le embargó al fin la melancolía. Soñó con ser verdaderamente libre, como los pájaros, para volar lejos hasta donde el sol se fundía con el mar. Y una lágrima furtiva, solitaria, rotunda, se deslizó rauda por un surco de su mejilla. Entonces, se iluminó su faz y sopló con fuerza sobre la criatura de barro. Cerró suavemente sus ojos cansados y dejándose llevar, mecido por el viento, dio un paso hacia delante y cayó al acantilado agarrado a aquel ser que, cual ave fénix, voló con él hacia un destino mejor.

sábado, 5 de marzo de 2011

Crónicas desde la plazoleta


Con cara desnortada y ojos de cordero degollado, llegó ese hombre hasta donde me encontraba, al socaire del viento y bendecido por el tibio sol que calentaba mi cuerpo con tremenda racaneria. Claro que, por otra parte, es invierno y estoy en medio de la plazoleta, que como sabéis, es centro y confluencia de varias calles, que embocanan el viento y lo sueltan allí como si tiraran un fardo cuesta abajo. Me vió y se vino flechado hacia mi, como si me conociera de toda la vida, como si compartiéramos mesa y mantel a diario. Y claro, yo que no soy muy dado a hablar con cualquiera, que lamo mis heridas como perro solitario, mi quedé perplejo cuando aquel sujeto, bien vestido y con cara de loco me espetó:
-“Oiga usted, ¿ No le importaría contestarme unas preguntas?”.-
Quedóme un instante anonadado y sin saber que contestar; momento que el sujeto aprovechó para lanzarme la primera de sus misivas:
- “¿ Que le parece que el gobierno nos prohiba fumar en los bares?”. -
-Pues verá, yo no fumo... -
-“Ah... que usted no fuma”.-
- Pues no, no fumo, contesté, no he fumado en mi vida.-
-Ya, dijo. “¿ Y que le parece no poder jubilarse hasta los 67 años?”.-
- Pues, no me lo he planteado, aún me quedan algunos hasta entonces y espero cumplirlos.-
- “Ah... qué no se lo ha planteado...”.-
Pues no, no me lo he planteado, es más creo que no me jubilaré jamás.-
- “¿ Y que opina de no poder circular a más de 110 km por hora?”.-
- Pues no opino, amigo, no opino.-
- “Ah... que no opina”. “¿ Y qué piensa de la bajada de sueldos y de la congelación de las pensiones y del paro?”. -
- Pues no pienso,amigo, ni opino, es mejor no pensar en esas cosas que suben la tensión y a poco que te descuides te da un soponcio.
-“Ah... un soponcio”.-
- Si, un soponcio o un patatús, como usted prefiera. Y por cierto, ¿Usted quien es?
-“¡ Yo?”.-
- Si claro, usted.-
-“Pues uno que se creyó ciertas promesas y creo que me ha dado uno de esos patatús....”-