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Al socaire del Castillo y orientada al esplendor del sol poniente, se alza la ermita de San Juán Evangelista, el querido discípulo de Jesús. Actualmente restaurada, acoge eventos culturales y muestra el esplendor de sus piedras y cubiertas; pero no ha mucho, su recinto era cobijo de bestias y críos que jugaban y escalaban sus paredes en busca de nidos de rapaces. En la veleta de su espadaña anidaban las cigüeñas y en alguna ocasión la furia de los elementos en forma de rayos destruyó parte de su estructura. Afortunadamente pudo ser rescatada de la desidia y la inclemencia y ahora nuestros jóvenes pueden admirar lo que en tiempos acogió el culto de sus antepasados. Recuerdo que en mi infancia, los amigos nos adentrábamos en aquel recinto semidestruido y dejábamos pasar el tiempo entre sus piedras, sin valorar su historia, ni ser conscientes que los "lugares", terminan formando parte de nuestras propias vidas, como un amigo inseparable que nos acompaña allá donde nos encontremos.
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