En ese pequeño punto del globo, tan diminuto como un grano de arena de la playa, tan minúsculo como una gota de agua del mar, estaría acomodado nuestro pueblo. Tranquilo, lento, pausado, se diría que el tiempo allí sucede a cámara lenta. Extraño caleidoscopio que se presentara ante nuestros ojos con sus imágenes limpias, nítidas, relajantes. Así es Alanís, mágico y ufano de si mismo. Imaginario y real...
Bien, ya tenemos ubicado nuestro pueblo, ahora debemos vestirlo con mimo y delicadeza, con esmerada fruición. Lo primero que compondremos será su castillo. Si, su castillo. Todo pueblo que se precie tiene su fortaleza y el nuestro no podía ser menos. En lo más alto de un precioso otero y de planta octogonal, se yergue dominante, majestuoso, envuelto en piedras milenarias. Altivo y desafiante. Y eso a pesar de estar herido. Si, nuestro castillo está herido. Y no ha sido solo por el paso del tiempo. Pero eso es otra historia...
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