Hay días en que uno no está para nada:
Viene una mariposa y se exhibe ufana ante mi,
se posa en mi mesa y muestra
sus alas quebradas y gráciles;
pero plenas de belleza y desazón.
Baila y se recrea entre mis gafas de sol y mi cruzcampo
y después de beber del sudor de la cerveza,
vuela valiente hacia un naranjo,
mecida por la brisa suave.
Yo, iluso y soñador,
preveo buenos augurios...
Al rato suena el teléfono
y duele mi sangre caliente y derramada.
Es una lanza que apuñala el alma
y desgarra, infame, lo que es mío.
Y aun así no hay motivo ni razón;
solo la vida, tal cual, maravillosa y cruel.
En otra estancia un amigo sufre
y se acerca irremediable a la otra orilla.
También tengo mesa reservada allí;
solo espero que el maître venga y me acomode.
Pero duele ese amanecer temprano,
duele, duele, duele…
Y mientras, esa sensación de espera,
de tiempo prestado a regañadientes,
de agua que fluye y que no atrapas.
¡Qué largas son hoy las veinticuatro horas!
¡Qué difícil despertar!
Y no hay sueño,
hoy no,
hoy la noche huele a misterio y pesadilla.
Y es que hay días, amigo,
que uno no está para nada...
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