En medio de uno de los días más calurosos del verano llaman insistentemente a la puerta. El timbre repica y repica como si se tratara de algo muy urgente y perentorio. Estoy solo y enfrascado en un odioso papeleo para intentar llevar las cuentas al día. Es mediodía. Mi vestimenta se reduce a unas zapatillas de deporte, unas calzonas y un polo algo añejo, pero muy fresquito para estas fechas. Lógicamente, ante tanta insistencia, me levanto sobresaltado y acudo lo más raudo posible hasta la puerta. Hay poco tiempo para pensar, pero con tantas prisas uno se imagina algún tipo de urgencia y se pone siempre en lo peor. Al fin y al cabo hay una placa en mi portal, que dice que uno tiene a bien ser Doctor en Medicina y Cirugía, además de cierta especialización en cosas de dientes. Y claro la deformación profesional me lleva a salir pitando cuando se produce algún sonido estridente. El caso es que al abrir la puerta me encuentro frente a frente a un hombre de unos 30 años, con barba bastante bien cuidada y aspecto deportivo, que me espeta de sopetón: "Niño llevo melones de la mancha muy buenos…" Al principio, ante tamaña parrafada y teniendo en cuenta mi predisposición mental, me quedo un poco sorprendido y perplejo. Pero al cabo de breves instantes mis neuronas vuelven a funcionar y mirándole de arriba abajo le contesto: "Yo no soy su niño caballero". Y le doy con la puerta en las narices. Ya una vez dentro me asaltan mil pensamientos distintos; pero bueno, eso es harina de otro costal. Si bien hay algo que me hace creer que hay que volver a empezar a construir la casas por los cimientos. Cuando se pierden las más elementales reglas de educación, algo no marcha bien. De aquellos polvos vienen estos lodos que vivimos...
martes, 24 de julio de 2012
Una de melones...
En medio de uno de los días más calurosos del verano llaman insistentemente a la puerta. El timbre repica y repica como si se tratara de algo muy urgente y perentorio. Estoy solo y enfrascado en un odioso papeleo para intentar llevar las cuentas al día. Es mediodía. Mi vestimenta se reduce a unas zapatillas de deporte, unas calzonas y un polo algo añejo, pero muy fresquito para estas fechas. Lógicamente, ante tanta insistencia, me levanto sobresaltado y acudo lo más raudo posible hasta la puerta. Hay poco tiempo para pensar, pero con tantas prisas uno se imagina algún tipo de urgencia y se pone siempre en lo peor. Al fin y al cabo hay una placa en mi portal, que dice que uno tiene a bien ser Doctor en Medicina y Cirugía, además de cierta especialización en cosas de dientes. Y claro la deformación profesional me lleva a salir pitando cuando se produce algún sonido estridente. El caso es que al abrir la puerta me encuentro frente a frente a un hombre de unos 30 años, con barba bastante bien cuidada y aspecto deportivo, que me espeta de sopetón: "Niño llevo melones de la mancha muy buenos…" Al principio, ante tamaña parrafada y teniendo en cuenta mi predisposición mental, me quedo un poco sorprendido y perplejo. Pero al cabo de breves instantes mis neuronas vuelven a funcionar y mirándole de arriba abajo le contesto: "Yo no soy su niño caballero". Y le doy con la puerta en las narices. Ya una vez dentro me asaltan mil pensamientos distintos; pero bueno, eso es harina de otro costal. Si bien hay algo que me hace creer que hay que volver a empezar a construir la casas por los cimientos. Cuando se pierden las más elementales reglas de educación, algo no marcha bien. De aquellos polvos vienen estos lodos que vivimos...
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