martes, 24 de julio de 2012

Una de melones...



En medio de uno de los días más calurosos del verano llaman insistentemente a la puerta. El timbre repica y repica como si se tratara de algo muy urgente y perentorio. Estoy solo y enfrascado en un odioso papeleo para intentar llevar las cuentas al día. Es mediodía. Mi vestimenta se reduce a unas zapatillas de deporte, unas calzonas y un polo algo añejo, pero muy fresquito para estas fechas. Lógicamente, ante tanta insistencia, me levanto sobresaltado y acudo lo más raudo posible hasta la puerta. Hay poco tiempo para pensar, pero con tantas prisas uno se imagina algún tipo de urgencia y se pone siempre en lo peor. Al fin y al cabo hay una placa en mi portal, que dice que uno tiene a bien ser Doctor en Medicina y Cirugía, además de cierta especialización en cosas de dientes. Y claro la deformación profesional me lleva a salir pitando cuando se produce algún sonido estridente. El caso es que al abrir la puerta me encuentro frente a frente a un hombre de unos 30 años, con barba bastante bien cuidada y aspecto deportivo, que me espeta de sopetón: "Niño llevo melones de la mancha muy buenos…" Al principio, ante tamaña parrafada y teniendo en cuenta mi predisposición mental, me quedo un poco sorprendido y perplejo. Pero al cabo de breves instantes mis neuronas vuelven a funcionar y mirándole de arriba abajo le contesto: "Yo no soy su niño caballero". Y le doy con la puerta en las narices. Ya una vez dentro me asaltan mil pensamientos distintos; pero bueno, eso es harina de otro costal. Si bien hay algo que me hace creer que hay que volver a empezar a construir la casas por los cimientos. Cuando se pierden las más elementales reglas de educación, algo no marcha bien. De aquellos polvos vienen estos lodos que vivimos...

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