lunes, 27 de febrero de 2012

Historia de un sueño...



20:00
Aquel brillo en sus ojos y su respiración ansiosa le daban un aspecto maníaco a su faz extremadamente pálida. Aquella tarde se movía por su laboratorio mostrando una hiperactividad, que contrastaba con su habitual estilo pausado y condescendiente. Sus manos iban de un papel a otro como si tuvieran vida propia, como si aletearan entre datos y cifras queriendo asumir de un vistazo todo un conjunto que, en condiciones normales, resultaba indescifrable. Por unos instantes todo parecía encajar perfectamente, como un puzzle gigantesco que se fuera formando ante sus ojos y que revelara ante él toda la extensión de una belleza enigmática y altiva. Si, aquella era la fórmula que había buscado durante los últimos treinta años de su vida, que había ocupado el desarrollo de toda su trayectoria profesional desde aquella lejana graduación en física teórica en el MIT. Tantos años de dedicación y trabajo se veían ahora recompensados, brillando de forma áurea ante sus ojos, tocados por una especie de varita mágica que hacía bailar en su cerebro las cifras que desfilaban ante él, como si fueran una procesión de gentiles bailarinas. No sabía si reír o llorar. Si saltar de júbilo o mirar de reojo por si alguien le veía y quisiera robarle su secreto. Aquel descubrimiento iba a significar un cambio brutal en su vida y un salto espectacular en la historia de la humanidad. Llegaría por fin el reconocimiento y la gloria, el poder y el dinero, la admiración y la fama. Mirarían su imagen como si de un dios se tratara y generaciones y generaciones le recordarían en la posteridad. Por fin, sus trabajos sobre la fuerza gravitatoria encajaban en aquel gigantesco puzzle que había ocupado su vida. Ahora sería fácil revolucionar todo el transporte en el orbe. Su campo antigravitatorio permitiría construir naves y vehículos que no necesitarían  combustible alguno y que viajarían a velocidades de vértigo por toda la tierra. Sería una nueva revolución comparable al descubrimiento del fuego o de la rueda, incluso superior a estos. Las posibilidades de su descubrimiento serían infinitas…
21:30
Tras aquel subidón de adrenalina se recostó en su sillón, cansado, relajado, inane. Intentó respirar pausadamente, con profundidad, sintiendo al aire llenar el fuelle de sus pulmones. Fijó su mirada en aquella enorme pizarra llena de cifras y fórmulas. Disfrutó en silencio, en secreto. Con una sensación de plenitud y poder que por un instante le colmó de felicidad. A través de aquel galimatías de símbolos era capaz de ver la belleza de todo un universo; la plenitud de un sueño. No encontraba palabras para expresar su felicidad.¡ Había tanto que hacer.! De momento, no revelaría a nadie la clave de su descubrimiento. Guardaría para si, en su memoria, lo que significaba la piedra filosofal de todo aquel entramado teórico que habría luego de materializar en sus aspectos técnicos. Pero ahora sabía como hacerlo. Podía conseguirlo, si. Construirían las máquinas necesarias basadas en aquella fórmula que había tardado treinta años en descubrir. 
22:00
Unos golpes sonaron en su puerta, seguidos por la voz del conserje de noche: 
-“Dr. Méndez, ¿Está usted todavía ahí?.-
-“Si, Raúl, no se preocupe, estaré toda la noche trabajando”.-
Oyó los pasos alejarse por el largo pasillo y se levantó nervioso. Borró con fruición la pizarra. Ordenó los papeles y organizó un poco su mesa. Miró hacia un lado y a otro como si buscara cabos perdidos que pudieran quedar sueltos al albur de algún descuido. Pero no, él era metódico y estricto. En el laboratorio de la universidad estaban acostumbrado a ver su luz encendida muchas noches enteras y aquella sería una más; solo una más.
22:30
Volvió a sentarse. Se cercioró de que todo estaba en orden. Se quitó despacio sus gafas y frotó sus ojos cansados. Volvió a recordar sus años pasados, sus largas jornadas fútiles entre libros y pizarras llenas de garabatos desgarbados y muertos. Ahora todo había terminado. Aquellos símbolos habían cobrado vida y ahora tenían significado por si mismos. Ya no le necesitaban. Por la mañana todo tendría un color diferente. Recostó su cabeza y se quedó profundamente dormido. Soñó con un mundo mejor, con máquinas que transportaban personas y mercancías sin contaminar. Con un aire limpio y fresco. Con la gloria….
8:00
-“Toc, Toc…-“ -¿Está usted ahí doctor?
Pero nadie respondía.
-“¿Está usted bien doctor?
Y Raúl abrió la puerta y vio al Dr. Méndez recostado sobre su mesa recién ordenada. Todo estaba en su lugar correcto. La pizarra limpia e inmaculada. Pero su rostro estaba lívido y sus ojos muy abiertos, mirando un infinito que no podría conocer. 
Estaba muerto.

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